Historia de la Etiqueta

El vino ha sido considerado históricamente como “el lubricante social” del hombre.
Participó en momentos clave de la historia, en la última cena, en el bautismo de grandes barcos y sin lugar a dudas las orgías romanas no hubiesen sido completas sin el vino.
A pesar de su popularidad y generalizado consumo el vino fue visto generalmente como algo simple y con una sutil o nula diferenciación entre sus diferentes tipos.
Su imagen externa nunca fue considerada hasta nuestros días.
Sin embargo el diseño de etiquetas revolucionó al vino más que cualquier otro acontecimiento en la historia.
Ese papelito pegado en la botella influyó poderosamente en su evolución y calidad.
Actualmente no se concibe un buen vino sin un buen packaging.
Un buen vino no sólo debe ser sino también parecer.

En busca de la identidad

Las etiquetas son un invento relativamente reciente, en la antigüedad los vinos eran almacenados en barriles y solían servirse en jarras por lo que resultaba innecesaria una botella etiquetada.
Aunque curiosamente la rotulación de los vinos se utilizó miles de años atrás. Se encontraron cilindros babilónicos de aproximadamente 6000 años de antigüedad con descripciones de ánforas "etiquetadas". También fueron encontradas tabletas egipcias que muestran la forma en que los recipientes de vino eran rotulados. Incluso sorprende advertir que para los egipcios la identificación de un vino era tan importante como su sabor.
Los romanos llegaron a marcar en sus ánforas la denominación del vino y bajo que normas de producción estaba realizado, incluso algunos diferenciaban las añadas.
Pero a lo largo de la historia, salvo en las épocas mencionadas, esa costumbre se perdió. Lo usual era contenerlo en barriles desde donde se servía o a lo sumo se llenaban jarras de cerámica o metal. Algunos barriles poseían indicaciones pero con escasa información.
En raras ocasiones se indicaba el nombre del lugar donde se comercializaba pero no se utilizaba la denominación de la región de crecimiento de la vid, el nombre del productor o el varietal, como se popularizaría más adelante. Tampoco figuraban las añadas.

Mensaje en la botella

En la edad media el vino era servido mayoritariamente en jarras, paulatinamente se adoptó la botella de vidrio con tapón de corcho hasta convertirse en el contenedor preferido para el vino. Facilitaba su almacenamiento y resultaba práctica para el transporte.
Las botellas evolucionaron adaptando su morfología a diversos requerimientos funcionales. Entre los siglos XIII y XVI fueron mejoradas pero, aunque se las considera predecesoras de las actuales, seguían sin indicar que vino contenían y su formato dificultaba la estiba horizontal. No resultaban prácticas. Recién a finales del siglo XVI se comenzaron a producir botellas que presentaban alguna referencia sobre su contenido y de a poco adoptaron el formato cilíndrico más apropiado para la crianza.
En Inglaterra durante los años 1639 y 1672 se produjeron las jarras “Lambeth” que distinguían cuatro tipos de vino: Claret, Whit, Rhenish y el más popular denominado Sack, incluso en algunas se mencionaba el año de cosecha.
Entre los siglos XVIII y XIX fue costumbre la utilización de colgantes de plata colocados en las jarras para identificar su contenido.
En este punto ya resultaba inevitable que la etiqueta de papel apareciera en escena.

El papel de la etiqueta

La primera evidencia conocida de una etiqueta de papel está conservada en el museo Pfalz en Speyer, Alemania. En la misma se alcanza a leer “Steinwein 1631”, aunque su autenticidad es puesta en duda.
La bodega Moet & Chandon posee un par de botellas rotuladas “Mousseux Claude Monet 1741 y 1745” que podrían considerarse como las etiquetas más antiguas impresas sobre papel.
No obstante algunos historiadores consideran como las primeras etiquetas impresas y conservadas las de dos botellas que datan del 1800 etiquetadas en Pauillac. Las mismas, como era costumbre en esa época, dejaban un espacio en blanco para incluir a mano el año de cosecha y el productor del vino.
Se cree que el vinicultor alemán Theodor Brass fue el primero en incluir en la impresión el año de cosecha en la considerada como la primera etiqueta impresa en litografía, sistema gráfico que comenzó a masificar la producción de etiquetas. Aunque la litografía introdujo un inconveniente: muchos productores para bajar costos optaron por utilizar etiquetas comunes para todos y esto imposibilitaba determinar la procedencia del vino.
Para el año 1830 la producción de etiquetas crece enormemente y por 1860 en la región francesa de Champagne sus vinos espumantes comenzaron a gozar de una generalizada popularidad incluyendo lujosas etiquetas diseñadas por artistas de la época. Estaban definiendo el rol futuro del packaging de vino.

Orgullo de Etiqueta

A partir que los vinicultores incluyeron sus apellidos familiares o la denominación de sus “Chateaux” en las etiquetas la calidad del vino pasó a ser un orgullo familiar. Ese papelito pegado en la botella activó el amor propio produciendo la mayor revolución en la historia del vino. La búsqueda por mejorar calidad del producto que representaba su alcurnia no paró nunca.
El siguiente paso llegó con el incremento en las ventas de vino embotellado.
La revolución industrial atrajo a una nueva clase de bebedores que comenzó a frecuentar masivamente los restaurantes, por lo tanto cada vez resultaba más imperioso que los vinos contengan información sobre sí mismos en la botella.
Recién a mediados del siglo XX aparecieron las primeras leyes de regulación de etiquetas para controlar la información contenida.

Diseñando etiquetas

El diseño de etiquetas tuvo un enorme crecimiento a partir del desarrollo industrial y la producción en serie.
A fines del siglo XIX su apariencia contaba con una valoración especial sólo en algunas casas de champagne, que consideraban la imagen exterior del producto casi tan importante como su contenido, y en algunas bodegas de vino tradicional que comenzaban a comprender la importancia de un packaging cuidado.
Ya se comenzaba a intuir que el concepto formado por consumidor sobre la bodega se transmitía en gran parte por la etiqueta, que en realidad era y sigue siendo prácticamente el único referente visible de la misma.
En la actualidad la comercialización de vinos en supermercados o vinotecas coloca al consumidor directamente frente al producto, en este punto es fundamental poseer un packaging que actúe por sí mismo como inductor de compra.
Pensar la etiqueta como un medio de comunicación masivo es un concepto relativamente contemporáneo que cambió radicalmente la valoración del packaging de vinos.
El diseño de etiquetas ha evolucionado tanto que maneja códigos tan específicos que los ajenos al tema e incluso diseñadores no especializados ni siquiera perciben.
Como muy bien expresaba Fernando García del Río en su libro “Como leer una etiqueta de Vino”: “...son muchos los motivos por los que no se puede dejar librado a manos inexpertas la realización de una etiqueta, pero hay uno que abarca todos los demás: la etiqueta en si misma representa la identidad del vino y es el canal directo e inmediato entre el consumidor y el producto. Como tal sufre interferencias producidas por el desconocimiento y si no hay una identificación por parte del consumidor la comunicación entre él y el vino se interrumpe y lo más probable es que la botella nunca llegue a ser abierta...”

El papelito que habla

La función fundamental del diseño de packaging es comunicar el producto, y para lograrlo hay que tocar emocionalmente y motivar al consumidor.
El packaging debe llamar a su consumidor y para tal fin los diseñadores apelamos al lenguaje más cosmopolita y directo que existe: el visual.
Más que nunca el consumidor se pregunta en la góndola frente a una etiqueta, en algunos casos de manera inconsciente:
¿Qué dice este vino acerca de mi persona?
Y el vino habla mediante su diseño.

Imagen del vino

No podemos negar que la elección de un vino está basada en el uso y el precio, pero su apariencia es determinante en el momento de decisión.
El diseñador debe tener la capacidad para adaptarse a diferentes perfiles de consumidor y de productos.
Diversos motivos llevaron a los bodegueros a comprender el enorme potencial que posee un buen packaging, la inserción de los vinos en un mercado globalizado acentuó esa valoración.
Actualmente la mayoría de los empresarios no duda en contratar un estudio especializado en packaging de vino pues comprueban que el costo del diseño se ve altamente justificado por los beneficios de imagen y venta que producen.
Comprendieron que el packaging es lo único que defiende al producto en la góndola.
Comprendieron que un buen diseño, entre productos de similar calidad, define la venta.
Y sobre todo comprendieron que no sólo deben producir excelentes vinos sino que además deben verse como excelentes vinos.